viernes, 15 de marzo de 2013

Critica de Una Bala En La Cabeza

Tiene cierta lógica que tras el éxito (digno y a todos los niveles: crítica y público) de 'Drive' (2010) el cinematógrafo norteamericano tratara de acosigar explotando los fueros bodegones que regían el cinematógrafo noir de los años 80. Y qué mejor tradición que desempolvar a un cineasta sustancial de prosperidad época como es Walter Hill -su última placa aun la data ('invicto') fecha de hace diez años- cuya 'Driver' (1978) es la plantilla serigrafíada sobre la que Nicolas Winding Refn tejió su violenta lírica retro-modernista. Eso no quiere cotorrear que 'Una bala en la cabeza', plancha que adapta la novelística gráfica de Alexis Nolent "Du plomb dans la tête", tenga nada que presentarse con la rodaja protagonizada por Ryan Gosling, más correctamente todo lo contrario: si una es un perfeccionamiento de reformulación del índole que combina con mollera la semántica de Jean-pierre Melville con la adustez espigada de Michael Cimino y el tempo desclasado de Jim Jarmusch, la placa de Hill adentra sus fuentes en el cinematógrafo más bruto, desvergonzado y mugriento que surgiría de clavar en una misma coctelera a Don Siegel, el primer Michael Mann y al últimamente fallecido Michael Winner.

Vaya, que entretanto 'Drive' nos habla del cinema de los 80 desde el Siglo Xxi, 'Una bala en la cabeza' parece haber sido realizada por Hill hace veinticinco años, más o aparte entre 'Danko: Calor Rojo' (1988) y 'Johnny El Guapo' (1989). Así, lejos de las zumbas para insiders y el visaje nostálgico-rancio que uno puede alcanzar en el díptico 'Los soldados' (2010 y 2012), 'Una valija en la cholla' se plantea como un ente inhóspito y curioso que en su inmovilismo estético acaba adquiriendo valores que la hacen más que disfrutable. Y es que al literal que ocurría en 'Dredd' (2012), la imagen de Hill no envidia en volverse maldiciente, ultraviolenta y políticamente incorrecta, en otras palabras, nada que observar con los cristalinos momentos que corren en el Hollywood coetáneo. De ahí que pese a que su descripción recorre trayectos más que repetidos por todo tipo de thrillers-con-vendetta (el censo establecido por 'A quemarropa' (1967) sigue justamente actual) y que tenga cierta cojera en su piedra con las buddy movies (todavía ochenteras), la casa de Hill es un aliento de céfiro veneno que viene a remozar el género con un espíritu meramente lúdico. Aquí el dios, al que da existencia un Stallone en estilo Hulk Hogan, no tiene ningún tipo de respeto a la hora de matar a diestro y siniestro cualquiera que se le ponga por adelante, ahora sea un gorila de centrocampista pelillo, un investigador corrupto o un patrón primo religioso de los de la intriga Gürtel. Para Hill está claro: los periodos habrán evolucionado, no obstante no la mejor guisa de devastar los malvados. Y es en esa temblor de fogonazos, puñaladas y cortes adonde el espectador próximo al peaje podrá disfrutar a voluntad. Nada más, nada excepto.

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