lunes, 18 de marzo de 2013

Oz un mundo de fantasia - critica

Hace poco tuve la oportunidad de volver a ver en la pequeñísima pantalla de mi casa 'Alicia en el país de las maravillas', el auténtico referente espiritual de esta precuela -y a ver si cuela- de 'El mago de Oz'. El gran éxito (comercial) de aquella es sin duda de donde surge esta en apariencia nueva megasuperproducción de la Disney en donde se vuelven a combinar ingentes cantidades de efectos digitales, un mundo y unos personajes más allá de la imaginación, un puñado de rostros familiares para no perder de vista la realidad y el renombre de un director al que hacer responsable de un pastel que, como en aquella ocasión, amenaza con provocar más de una indigestión. Tal vez se trate de la clásica actitud inofensiva de la Disney; o tal vez sea cosa de una mezcla que vive más de lucir los millones de su presupuesto que de lucir las palabras de su guión; o tal vez sea simplemente que los árboles no nos dejan ver el resto del bosque. Sea lo que sea el nuevo filme de Sam Raimi si bien mejora con creces al de Tim Burton no logra que descartemos de nuestras cabezas, no del todo, una ligera (y agridulce) sensación de decepción con sabor a déjà vu.

Los prejuicios y/o ideas preconcebidas que arrastramos con nosotros así como los referentes que encontremos en nuestro disco duro son en ocasiones un molesto grano en el culo con el que nos une una tan estrecha relación que lo mejor, se aconseja, es tratar de llevarse bien con ellos. En el caso de 'Oz. Un mundo de fantasía' más que 'El mago de Oz', a la que mejor vamos a dejar fuera de foco, ese grano en el culo responde al nombre de 'Alicia en el país de las maravillas'; o más bien, al frío recibimiento con el que se saldó un hype que la impulsó por encima de la barrera de los 1.000 millones de recaudación mundial, una cifra que aunque ínfima en relación al tesoro que podría aguardar tras los muros de la ciudad de Esmeralda no deja de ser verdaderamente espectacular, por más que no le valió para ganarse el corazón de ni de la mitad de los que invirtieron en ella. Casi casi, como si de un banco se tratase... para el caso, lo mismo, y es que dicho filme era poco digno de ser la maravilla que pregonaba su título. No obstante vista por segunda vez y con unas pretensiones bastante más humildes decir que la experiencia mejora... y/o puede mejorar, si atendemos a su servidumbre hacia la mano que le da de comer. Sigue siendo un filme que luce muy por debajo de su potencial, de sus medios y de su nombre, pero también es un filme que igualmente está lejos de ser el desastre que pregonaba la rabia e impotencia de algunos.

Esta sensación post-segundo visionado es la que precisamente se respira tras el primero de 'Oz. Un mundo de fantasía', la de un filme que apreciado en su justa medida resulta más o menos correcto y eficiente una vez se le despoja de otras consideraciones, principalmente, la indolencia de quien piense que todos y cada uno de los filmes que se estrenan tiene que ser capaces de escribir un capítulo de la historia. Y aunque los medios que la respalden inciten a creer que su sitio debería de estar a la vera de los grandes -no sin argumentos que lo apoyen-, lo cierto es que al 'Oz' de Sam Raimi le vale con ser una distraída atracción de feria para toda la familia, una golosina apta para todas las edades en donde prima más un aspecto resultón que un contenido realmente memorable. Dicho de otra forma, con o sin mala leche, un espectáculo de pirotecnia eminentemente sensorial que cumple como convincente pasatiempo familiar pero que falla, si es que acaso lo pretendía, a la hora de acechar cotas superiores. Dicho sin mala leche una producción de la Disney, dicho con mala leche un truco de magia potencialmente molesto para las ambiciones de los espectadores más exigentes que pueden sentirse engañados antes que maravillados, por qué no, pero que en vista de su relación calidad/precio/antecedentes/posibilidades/ambiciones/estudio responsable/el mundo actual en el que vivimos/que Sam Raimi ahora es padre/que el viento sopla del oeste/y bla bla bla bla... que a quien vamos a engañar, 'Oz. Un mundo de fantasía' es una superproducción tan grande que evita los riesgos innecesarios para terminar, al menos espiritualmente, engullida por su propia responsabilidad para consigo misma.

Aunque no se trata ni de comparar ni de echar continuamente la vista atrás no cabe duda de que es un despilfarro aún mayor no abusar de un antecedente -Alicia- que incluso comparte compositor -Danny Elfman- y diseñador -Robert Stromberg, futuro director de 'Maleficent'-, dos ingredientes que unidos a un mismo modelo de producción refuerzan la sensación de que ambos podrían formar parte de una misma franquicia. Las dos comparten un tono y enfoque muy similares que habitan en un mundo digital tan rico en matices visuales como parco en verdaderas emociones, y en donde son más las posibilidades por explotar que los resultados a ofrecer, más los elementos con los que apabullar al espectador que las armas con las que alcanzar su corazoncito, especialmente de los espectadores más curtidos y menos propensos a regalar su dinero al primero que llegue con la simple promesa de distraer a sus retoños en este caso por encima de unas dos horas de metraje que no se hacen ni pesadas ni ligeras.

No obstante Sam Raimi, en primer lugar, se sabe adaptar mejor que Tim Burton a las exigencias de la producción y, segundo, su personalidad admite más registros y recursos a la hora de ejercer de educado maestro de ceremonias: Prueba de ello es la excelente escena en blanco y negro que abre la cinta, y como esta da paso al recital de color posterior un vez un correcto James Franco da el salto a Oz. Sin dejar de ser una especie de "guest star" de la que se supone es su propia función consigue notarse la mano de quien se esconde -nunca mejor dicho- detrás de las cámaras más allá del obligado cameo de Bruce Campbell. Este pequeño plus de estilo y eficiencia que aflora a menudo -en ocasiones incluso de personalidad (con caóticos zooms marca de la casa)- unido al hábil uso de un 3D muy simpático suman méritos como para no darle por perdido el partido con la Disney, y le marcan a Raimi una diferencia considerable frente al más estéril y anodino prefabricado que se marcó Burton en 2010... aunque en 'Oz. Un mundo de fantasía' más que fantasía lo que predomine son los trucos digitales de un producto encorsetado y al que le cuesta asomar la cabeza tras la sombra de 'Alicia en el país de las maravillas', sus virtudes y posibilidad de disfrute son netamente mayores, e incluso satisfactorias dejando ya al margen comparaciones y siendo conscientes de antemano de a que clase de producto se le pretende hincar el diente, que clase de producto cabe esperar de... no sé, ¿la Disney?

Una empresa por demás difícil, "complicada", demasiado industrializada desde el mismo momento en el que se la parapetó tras un presupuesto que proyecta una ambición a todas luces más allá de sus posibilidades y expectativas. Disney no es tonta de todas formas, y al menos ha tenido el buen gusto de dejar tantos millones en manos de un realizador con nombre y un reparto que sabe estar en su sitio quienes garantizan el suficiente oficio, eficiencia y solvencia como para seguir viéndola con ilusión aunque la esperanza nunca encuentre al final del camino de baldosas amarillas un resultado que la justifique del todo. Un filme con el que puede que nadie haga carrera pero que, siendo realista, funciona a la manera en que resulta apropiado que funcione. En ese sentido, es posible, que 'Alicia en el país de las maravillas' sea además de un grano en el culo la mejor advertencia a la hora de haber reducido las expectativas a un nivel más coherente para con todos. Este Oz puede que no sea una gran película, y puede que incluso su sobredosis de recursos digitales más propia de 'Sin City' la alejen muy mucho de la simpática carnalidad del filme original a la que rinde el tributo que Warner le ha permitido... pero a diferencia de las pretensiones de su protagonista no se trataba de ser una gran película, tan sólo de una buena película, o más bien, de un buen pasatiempo familiar. Y vista en familia, el demográfico que ha hecho grande al logo de la Disney, es posible que sí lo sea. Para todos los demás, quien sabe, puede que nuestro peor enemigo sea haber crecido...

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